EL UNIVERSO Y NOSOTROS

Cuando veo tus cielos,



obra de tus dedos,


la luna y las estrellas que tú formaste,


digo: ¿Qué es el hombre,


para que tengas de él memoria,


y el hijo del hombre,


para que lo visites?

Salmo 8:3-4.

El universo y nosotros

Para nuestra limitada inteligencia, la inmensidad del universo es difícil de captar. Entre los millones de galaxias del cosmos flota una nubecilla en forma de espiral compuesta por miles de millones de estrellas. Una de ellas es nuestro sol, alrededor del cual giran nueve pequeños puntos; el tercero es la Tierra. Sobre este diminuto planeta se encuentra una minúscula partícula de polvo: ése soy yo, un puntito. Además de ése, existen miles de millones de puntitos parecidos, todos seres humanos como yo.



Cada uno de esos puntitos se siente muy importante y exige su derecho a vivir, a trabajar, a descansar y a ser reconocido. Sin embargo, a veces es consciente de su insignificancia, sabe que está perdido en la infinita extensión del universo, se siente incapaz en su lugar de trabajo o un «caso» más en el hospital. El reconocer de la nulidad y vanidad de cada ser humano le compunge el corazón.



Cuando David compuso el Salmo 8, también era consciente de su pequeñez. Pero al mismo tiempo sabía que el gran Dios que creó el cosmos lo conocía personalmente y se preocupaba por él. David no se sentía abandonado porque el Dios todopoderoso era su Dios; y cualquier ser humano que confía en él también puede decir: En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación… Él solamente es mi roca y mi salvación, es mi refugio, no resbalaré (Salmo 62:1, 6).












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